Muchas veces solemos tomarnos unos minutos de nuestro tiempo y dar un vistazo al pasado, tratando de recordar los buenos y no tan buenos momentos por los que nos ha tocado pasar, sin embargo muchos de ellos nos han ayudado a continuar o a aprender a distinguir lo que está bien y lo que está mal.
A menudo me gusta sentarme a recordar la época de la universidad, siempre me repito el mismo comentario: “me gustaría volver a vivir esos momentos”, sin darme cuenta que con tan solo recordarlos y sentirme tan, pero tan bien recordándolos ya los estoy viviendo nuevamente.
Un gran y recordado amigo de la faceta de la universidad, siempre nos decía a mi mejor amiga y a mí que terminaría escribiendo nuestras memorias y que siempre tendría algo que contarles a sus nietos, que irónico siempre pensamos en recolectar esas anécdotas para contarlas a los nietos y no a los hijos, de todas maneras aún me falta para llegar ahí, ni siquiera he pasado por la faceta de ser madre.
Dentro de todo siempre nos queda, además del sabor de recordarlo y narrarlo, también fotos que terminan por revelarnos detalles aún guardados en el más recóndito rincón de la memoria, como aquel viaje a la montaña para celebrar “el algo del momento”, siempre teníamos un motivo para celebrar, tanto si nos quedaba una materia como si la pasábamos con excelente calificación; o las escapadas de clases al bar más cerca, El Padrino, porque simple y llanamente el profesor terminaba siendo más aburrido que un partido de ajedrez narrado por radio; las fiestas en pijama que organizábamos en casa de la amiga que se quedaba sola porque sus padres estaban de viaje; las salidas a celebrar el cumpleaños de el amigo o la amiga, pero que por compromisos familiares terminábamos celebrando nosotros en el bar de turno y sin el cumpleañero, y pedíamos que nos cantasen el cumpleaños feliz y apagábamos nosotros la vela; o las idas al auto cine para hacer tiempo mientras nos abrían la disco y como nos gustaba ir en “patota” (o sea en grupo), y contando solo con un coche, pues siempre terminaban dos que les tocaba meterse en el maletero, nos dejaban pasar al auto cine y ya estando dentro, salíamos la pandilla del pequeño coche a sentarnos encima de él con una cerveza cada uno en la mano, eso sí íbamos porque no teníamos nada mejor que hacer y ni cuenta de que película daban en esa función, resultaba que luego nos enterábamos que era función matiné, horario infantil, dibujos animados, o sea Walt Disney :s y nosotros ahí vestidos y alborotados con una cerveza en la mano, haciendo tiempo para luego irnos a una disco mientras nos encontrábamos rodeados de niñ@s acompañados por sus padres, comiendo palomitas de maíz y con su respectivo refresco en mano, algunos hasta con un globo.
Lo cierto de todo es que resultaron son momentos muy gratos que siempre perdurarán en mi memoria y lograrán sacar a flote una sonrisa pícara porque sé muy bien que estoy viviendo nuevamente esos significativos tiempos, y lo más importante aún es destacar que vivimos y disfrutamos de esa época enormemente, sin necesidad de ningún estupefaciente para ser felices, mentiría si digo que ni consumíamos alcohol ni tabaco, por supuesto que lo hacíamos, pero dentro de todo mantuvimos nuestras aventuras, locuras y diversiones sanamente. En definitiva no creo necesario que para ser feliz tengas que hacerte daño a ti mismo, si que es cierto que ni el alcohol ni la droga son vitaminas, a la final terminan siendo las drogas legales, por así llamarlas, pero pertenecimos a una juventud en cierto modo consciente, responsable y sana.
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