26 febrero, 2010

La historia de un feo

Voy a contarles mi historia, no es una historia
de amor ni tiene un final feliz, pero es la única que tengo
por haber nacido así, feo, muy feo. Cuando nací, el doctor
fue a la sala de espera y le dijo a mi padre, "hicimos lo que
pudimos, pero salió". Mi mamá no sabía si quedarse conmigo
o con la placenta. Como era prematuro me metieron en una
incubadora, con vidrios polarizados. Mi madre nunca me dio
el pecho porque decía que sólo me quería como amigo. Así que en
vez de darme el pecho, me daba la espalda. Es por eso que
debo haber quedado petiso, tan petiso que en lugar de ser enano,
soy profundo. De chico iba por los cuarteles para que me
gritaran: ¡Alto! ¡Alto! Yo siempre fui muy peludo. A mi
madre siempre le preguntaban: Señora, a su hijo, ¿Lo
parió o lo tejió? Mi padre llevaba en su cartera la foto
del niño que ya venía en la cartera cuando la
compró. Una vez me perdí, le pregunté al policía si creía
que íbamos a encontrar a mis padres y me contesto: No lo
sé, hay un montón de lugares donde se pudieron haber
escondido. Y para colmo era muy flaco, tan flaco que un día
metí los dedos en el enchufe y la electricidad erró la
patada. Era realmente flaco, para hacer sombra tenía que
pasar dos veces por el mismo lugar. Pero mi problema no
era ser tan flaco sino ser FEO. Mis padres tenían que atarme un
trozo de carne al cuello para que el perro jugara
conmigo. Sí amigos, yo soy FEO, tan FEO que una vez me
atropelló un auto y quedé mejor. Cuando me secuestraron,
los secuestradores mandaron un dedo mío a mis padres para
pedir recompensa. Mi padre les contestó
que quería más pruebas. Yo creo que no pagaron el rescate
porque en casa éramos muy pobres, pero eso sí, a pesar de nuestra
situación económica, somos muy honrados. Mi padre era tan honrado
que un día encontró trabajo, y lo devolvió. Por eso tuve
que trabajar desde chico. Trabajé en una tienda de animales y la
gente no paraba de preguntarme cuánto costaba yo. Un día
llamó una chica a mi casa diciéndome, "Ven a mi casa que no hay
nadie", cuando llegué no había nadie. A mi mujer le gusta
mucho hablar conmigo después del sexo. El otro día me llamó a
casa desde un motel. El psiquiatra me dijo un día que yo
estaba loco. Yo le dije que quería escuchar una segunda opinión.
De acuerdo, además de loco es usted muy feo, me dijo. Una
vez cuando me iba a suicidar tirándome desde la azotea de un
edificio de 50 pisos, mandaron a un cura a darme unas
palabras de aliento. Sus palabras fueron: ¡En sus marcas,
listos! El último deseo de mi padre antes de morir era que
me sentara en sus piernas. Lo habían condenado a la silla
eléctrica.

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